Blogs
Una tarde cualquiera
En la esquina de María de la Luz y Mariano Escobedo, en la colonia Loma Bonita, hay una funeraria…
Por Francisco Javier Mares
En la esquina de María de la Luz y Mariano Escobedo, en la colonia Loma Bonita, hay una funeraria -‘Funerales y Capillas Chávez. Serv. 24 horas 477-712-1877 y 477-712-100’-. Un crucero apenas descender del puente vehicular sobre Miguel Alemán, una de las últimas obras que heredó la era priista, en el corazón de León, rumbo a lo alto de la ciudad. Ahí fue que ocurrió todo esto.
Son las seis y media de la tarde. El viernes y el bulevar Mariano Escobedo -víctima recurrente de los caprichos de la nomenclatura, que lo llamó originalmente Eje Oriente-Poniente y Jaime Nunó y Satélite… a según la zona y la percha del vecindario, hasta sumar una decena de nombres-, escurren su rutina de trabajadores en tránsito al hogar, viandantes en asalto a las taquerías, familias camino a las cebadinas en el centro histórico. Consultorios y mostradores de préstamos que bajan las cortinas exhaustas.
Un automóvil Audi, F-3 -‘de lujo’, dicen los que saben-, gris oxford, circula anónimo en dirección a Silao. Delante suyo avanza lento un auto negro. Detrás, un Aveo, gris oscuro también.
Del Aveo desciende un hombre que camina sobre el camellón. Lleva en la diestra una pistola que ha sacado de la cintura. Viste pantalón de mezclilla y una playera roja. Cuarentón. Alcanza la ventanilla del conductor del Audi. Sin más, lo encañona y jala del gatillo…
La escuadra, negra, una .45 a la distancia, no dispara. En el sobresalto, el conductor del Audi se descubre ‘encapsulado’. Gira el volante a su derecha, pisa el acelerador y golpea la defensa del coche negro que lo atora al frente. Deja la avenida y alcanza la María de la Luz, en esas coordenadas una callecita curva sin pavimentar, de unos cuantos metros que domina el taller de amortiguadores y suspensiones de ‘el chaparrito’. Es una esquina de cortinas metálicas, cerradas de tiempo, plaqueadas por pandillas de aerosol que marcan su territorio como meadas de perro. El Aveo le sigue, lo adelanta y se detiene a nada de la calle Parral que la atraviesa, para atajar cualquier intento de escape. El auto negro se alejó. Nadie reparó en mayores características, porque parecía no importar. El pistolero camina detrás y se acerca a toda prisa.
El hombre del Audi pierde el control de su vehículo y topa con el ficus clavado allí a su suerte. Otra vez está ahí el sicario, que de nuevo acciona el arma. Sigue muda. En el bulevar hay gente que corre y puertas que cierran. El tráfico denso se esfuma en un momento. El pistolero no sabe qué pasa con el arma que empuña. La mira con enojo, frustración. Fuera de sí, arremete a cachazos contra el cristal, que no se rompe. El Audi está ahora a mitad del arroyo de la calle. En la desesperación de su tripulante por escapar, ha raspado de reversa un chevy blanco estacionado. Habrán transcurrido ya unos cuatro minutos del episodio. Está atrapado. El instinto de conservación dislocado.
Solo entonces el cazador cae en la cuenta de que ni siquiera ha ‘cortado’ el arma. Por fin se aplica y dispara en tres ocasiones a su presa tras el cristal. Tres estallidos que acallan el bullicio habitual en la colonia. Versiones informales dirán horas después que tiene tres balazos en la cabeza, un hombro y una pierna. El criminal asoma un instante al interior del carro y se da la vuelta…
La incursión del crimen organizado, ha roto la vida cotidiana en las ciudades. Así una y otra y otra vez. El ocupante del Aveo lo abandona y se aleja. El tirador desanda sus pasos hacia el bulevar. Alcanza de nuevo el camellón y enseguida la acera opuesta. Se detiene a unos metros de la parada del urbano. Ahí hacen alto el Oriente-Poniente, la ruta alimentadora 83, que viene de Brisas del Campo, la 84, la X-10 que baja al mercado Aldama. Hay una sucursal de la ‘Caja Popular Alianza’.Voltea la mirada a uno y otro sentidos del bulevar Mariano Escobedo, impaciente. Tiene el gesto desencajado. Titubea. Es un soldado de fortuna desorientado. El plan original, su ejecución y la ruta de fuga se han ido al carajo. Camina hacia el poniente y da vuelta en la esquina de la lavandería. La calle Ana María es de vidas a puerta cerrada, familias de raíces hondas y lazos correosos con sus vecinos. Al llegar a República de Chile, el fugitivo encuentra a la ‘Iglesia de Cristo’. Nadie atiende. Solo hay servicios el miércoles, el viernes y en domingo. Los pasos apresurados lo adentran en el olvido de los archivos de la fiscalía, su destino final…
DE RUTINA
Lo que sigue es la estampita más repetida en los sobres que se adquieren para llenar el álbum gráfico de la violencia.
Las ventanas, las aceras, el camellón, se pueblan de mirones. Los municipales tardan unos cinco minutos en llegar. El tiempo justo, calculado meticulosamente, para que no haya a quién perseguir. Ni modo de darse de balazos a cada rato. Desde los camiones atisban muecas desencantadas. No alcanzamos a ver bien. Los automóviles disminuyen la velocidad o, de plano, aquietan su marcha el lapso necesario para asir la postal en el cel, y ganar la primicia en las redes sociales.
Los cuicos se ocupan. Una patrullota declara clausurado el paso hacia la María de la Luz. Otro uniformado hace lo propio al cercar la escena del crimen con la cinta amarilla nuestra de cada día, desde la funeraria hasta el portón de una cochera enfrente. Los policías husmean al interior del Audi. Caminan a su alrededor sin parar. Ronronean. Nada más. Uno supone que alguien ahí dentro está muerto…
De los disparos a la llegada de los paramédicos, que circulan en el sentido equivocado y han de pasar la ambulancia sobre el camellón del bulevar, para desembarcar en el puerto que demanda sus servicios, han transcurrido quince minutos. El trámite legal a desahogar sería certificar la defunción, únicamente. Pero no. Acercan una camilla, sortean un sinfín de dificultades, acomodan ahí al piloto del Audi. Es un hombre obeso, escaso el pelo. Entonces, está vivo. A lo largo de quince minutos, los policías se limitaron a curiosear. Nunca se les ocurrió que sería prudente prestarle los primeros auxilios. Ninguno se acomidió. Uno de los socorristas oprime una y otra vez el pecho del herido. Salen pronto, camino a un hospital.
Acá no llegaron los militares, ni la guardia nacional, tampoco los ministeriales federales. Los estatales, sí. Se llevan a un testigo un tanto raro. Ha estado ahí desde el principio. Es el más cercano a la escena. De inmediato lo despojan del morral que lleva al hombro. Los municipales hablaron con él en más de un par de ocasiones. Seguro no les pareció importante. A los ministeriales de Zamarripa no se les ve más. Los peritos tardan una hora y cincuenta minutos en aparecer. Envueltos de pies a cabeza en blanco. ‘Extras’ en esta película de la pandemia de la ‘Covid-19’. Asépticos, calculan distancias y trayectorias, en una escena contaminada hasta la risa por los gendarmes y, antes que ellos, por algunos mirones más audaces. La noche les cae encima.
Más de tres horas ha estado ahí otro joven. Pantalón y chaleco de uniforme, mochila a la espalda. Espectador atento, avenida de por medio, primero; luego, a las puertas de la funeraria -que al caer la tarde reinicia su labor-; y, finalmente, con la venia de los policías, traspuesto el listón amarillo. Es el dueño del chevy blanco. El Audi le voló una salpicadera. Sábado sin suerte. Alguien en la sobremesa de la cena, arriesgaría que el muchacho, oficinista por definición, se habría ido a cerrar con un par de rones la mala jornada, en la ‘Destilería 18’…
(A) LA JAULA
El Epílogo
El viernes, los hechos en León abrieron la puerta a un fin de semana de miedo. El sábado avisó temprano de qué iría. En la misma ciudad, a las ocho de la mañana, se conoció de dos mujeres asesinadas. Sus cuerpos abandonados en un baldío. Una hora después, otro cadáver, a las faldas de un cerro. Un balazo en el pecho. Hasta las tres de la tarde de este domingo, día ocho del mes, ya sumaban 20 asesinatos en agosto. En Celaya, mataron en su vivienda a una abuela y ya su nieta, de seis años de edad. En Irapuato, a siete hombres y una mujer en un domicilio, a mitad de una fiesta. En Moroleón, dentro de una cantina, ‘La 16», dieron muerte a seis. Guanajuato tiene a un jefe de detectives, bajo sospecha de las fuerzas federales. Es de entender que anda muy ocupado.
Correspondencia: tigresdepapel001@gmail.com
Twitter: TigresDePapel